lunes, 18 de junio de 2007

LIBROS & ENSAYOS. "UN INVIERNO EN RUSIA", DE ERNESTO QUESADA

I. El viajero intelectual
Ernesto Quesada, ya mencionado en esta columna, fue un interesante miembro de nuestras elites decimonónicas. En primer lugar por su formación y temperamento: fue germanófilo en un medio social de “fin de siglo” en que prevalecían los anglo-francófilos; en segundo lugar por sus intereses académicos: se dedicó a la sociología positivista: era un “socialista” según su propia denominación, formado en universidades alemanas, a las que legó su biblioteca cuando falleció.

Con estos antecedentes, no es de extrañar entonces, como sucedía con las elites alemanas de la época, su interés por el este europeo, por donde viajó a los treinta años con su “valerosa” esposa, en medio del crudo invierno, desde Varsovia a Persia, a fines de 1880, legándonos el libro del epígrafe, publicado en 1888 y cuyo mérito en sus propias palabras es: "... ser el primero en que un americano del sur ha reunido sus impresiones de viaje por el vasto imperio ruso".

Como sociólogo que es, a Quesada le interesa conocer a esa raza diferente: la eslava "... que viene a disputar a la germánica el centro de la civilización, arrancada por aquella a la latina". Al llegar a Vilna, lo primero que hace es pasearse por sus calles, ya que "... Deseaba observar al tipo lituano puro, y ver representantes legítimos de un pueblo cuya historia es singularmente triste y resignada…¡Pero son tan sucios!"

En su opinión, San Petersburgo se destaca por su carácter cosmopolita; carece de una esencia nacional, casi como Buenos Aires. Prevalece en la capital rusa la influencia francesa en la juventud elegante, en el mundo femenino y en la corte. En cambio, los empleados, comerciantes y los profesores se encuentran bajo el influjo germánico.

Moscú, con su atmósfera asiática, se le presenta como una ciudad rusa “a la antigua”, la que por sus tradiciones, por ejemplo la hospitalidad para con el recién llegado por parte de las viejas familias, ejerció en Quesada una fuerte fascinación, y puesto en medio del debate de la época sobre cosmopolitismo o localismo, se volcó por este último, señalando: "Cada nación del mundo debe tener su fisonomía especial, y bajo este punto de vista nada más justo que el de tratar de hacer rusa a Rusia".

Y esa "rusificación" tiene en la religión ortodoxa un seguro aliado, ya que observa: "Todo el que haya viajado por oriente, sabe que allí religión significa nacionalidad". Pero además se ocupa a fines del siglo XIX de temas absolutamente actuales como por ejemplo la ecología, señalando la influencia desfavorable que ha tenido en el clima la tala indiscriminada del bosque para construcción y calefacción.

En materia de emancipación femenina, observa que en Rusia la mujer ocupa una posición más elevada que en el resto de Europa. También se ocupa de las enfermedades sociales como el alcoholismo, que le parece crítico, pero insoluble, considerando que el impuesto sobre el vodka, pese a la evasión, representa un tercio de los ingresos del estado.

Pero el viaje de Quesada es al mismo tiempo que sociológico "moderno", en el sentido que participa en palabras de Oscar Terán de ese "deslumbramiento gozoso ante los logros de la modernidad". Así en Varsovia visita las calles y avenidas concurridas, admirándose de la prosperidad material de esa ciudad, de donde parte a San Petersburgo, vía Vilna, llamando su atención el confort de los trenes rusos, como la calidad constructiva, comodidades y atención en las distintas estaciones en que se detiene durante el trayecto.

El proyecto de ferrocarril transiberiano le parece "sencillamente colosal". Quesada también se deslumbra, en su camino a Kursk, como adherente al modelo de desarrollo prusiano, por la actividad económica en Tula, basada en sus minas de hierro y carbón. Finalmente en este viaje "moderno" no podía faltar el "shopping"; así lo denomina, describiendo los regateos que con su esposa practican los proveedores de souvenirs en los distintos mercados a los que concurren.

II. La confirmación tocquevileana
Así como en Viajes Sarmiento ratificó, en lo que hace a los Estados Unidos, la visión profética de Tocqueville al final de la segunda parte de La democracia en América, cuarenta años después Quesada la confirma en lo que hace a Rusia, cuando señala: "Tengo la convicción de que la Rusia, cualesquiera sean sus transformaciones, está llamada a desempeñar un papel importantísimo en Europa, y por ende en el mundo entero".

Y así como Sarmiento en la obra mencionada, preanuncia lo sucesos de 1848 en Europa, para Quesada está claro, aunque la confirmación de sus dichos demorará casi veinte años en verificarse con la llegada de la revolución bolchevique, que "nada parece contener el torrente cuya estruendosa avalancha se siente venir".

Un invierno en Rusia no debe ser considerada solo como un diario de viajes. Es mucho más: es una obra "científica" frente a los comentarios del viajero miembro de la "sempiterna tertulia" y que dirime en nuestro "fin de siglo", como lo ha señalado Oscar Terán, "los derechos del profesional frente al autodidacta o diletante".

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